No sé ni en qué día estoy, pero estoy de camino al punto de encuentro.
Algo me pasó no lo sé todavía, pero mi cuerpo se fue de mi alma... si. Se despegó y rasgó como el pellejo que dejan las serpientes al mudar de piel, de repente, en pleno vuelo hacia una luz intensa, de pronto me sentí ligera y la atracción hacia ese sol se hacía cada vez más potente...
Fui consciente de que volaba, cosa que, créeme, jamás había hecho sin subirme a una avión. Así que, muy chula yo, viré hacia la izquierda y tomé velocidad gracias a una corriente benefactora, dejé por el momento la dirección a su arbitrio, con suavidad pero firme. No sentía frío, ni calor (ya sabes que no soporto sudar). Estuve así toda enmimismada creo que unos dos o tres días.
Empecé a preguntarme qué hacía yo volando, qué era antes de ese momento, haciendo un poco de memoria, caí en la cuenta de que me había olvidado de decirte el epitafio para la plaquita que figure junto a mis cenizas.
Aquí dejo lo que no me quise llevar.
Me llevo todo el amor, las caricias,
las risas y el sonido del mar.
Ahora ya me quedo tranquila al decírtelo.
Petra, allí, cerca del acantilado que estoy sobrevolando, vuelvo a ver la luz, esa de la que te he hablado antes...
¡¡¡Me voy volando!!!

Gracias Petra una vez más. Nos vemos pronto.
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